miércoles, 27 de julio de 2011

Indignado (1)

Son cerca de las dos y media de la mañana y no tengo otra cosa más interesante que hacer que estar indignado.
No se trata de esa indignación con la cual dentro de unos minutos ves a alguien y terminas riendo; sino el tipo de indignación de insultar a cualquiera, por cualquier cosa, e incluso llegar a agredir al peluche que tengo encima de la cama.
Y es que se suman muchas cosas:
- Mañana madrugo (me levantaré a las 11, por lo que, por supuesto, madrugo).
- Mi novia me ha dado varios sorbos de una bebida energética y muy posiblemente me vaya a estar dando vueltas en la cama largo tiempo, aunque por ahora mato los minutos de vigilia escribiendo chorradas como éstas.
- Mañana se toma una gran decisión; un nombre, una identidad que marcará el rumbo de un grupo de amigos y que nos marcará a fuego cuales caballos, por lo que la expectación es máxima y los nervios están a flor de piel (en realidad, eso me la viene soplando, pero es que esta lista se quedaría muy pobre si no añado tontadas de este calibre).
- El puto Ares no me baja una canción, y no entiendo por qué, si tenía tantas estrellitas...
- Un rapero me ha amenazado con cantarme sus cerca de 120 canciones escritas durante su larga vida profesional. Es para acojonarse.
- Me pica la barba. Barba que mañana morirá.
- Y, por último, y más indignante que todo lo anterior junto, es que me ha llegado la maldita factura del maldito teléfono. Debo pagar de este mes anterior cerca de 50 euros, teniendo una tarifa que sólo me obligaba a pagar 20. Con la cara blanca, he buscado rápidamente un teléfono de atención al cliente, para enfrentarme con uno de esos comerciales sudamericanos que muy pocos tienen el privilegio de entender. Por suerte, he llamado y la señorita que me ha atendido, a parte de ser sudamericana, ha sido muy agradable y todo lo que ha dicho ha sido perfectamente inteligible, resolviendo mi malestar y señalándome como único culpable, al ser yo el que haya gastado esa cantidad, y no un "robo" por parte de la operadora, como mi indignación señalaba nada más ver la elevada factura.
Una vez resuelto el caso, le he dado la máxima puntuación, por su amabilidad, y me he puesto a escribir lo indignado que estoy.

Hala.

domingo, 24 de julio de 2011

12 días viviendo sin mamá (Parte final)

Entro en la recta final. Un último sprint que se afronta con cada vez menos fuerzas pero con la alegría de saber que quedan apenas cuatro días para volver a reunirme con mis padres y mi hermana. He ido sintiendo que el sueño de vivir sin padres durante 12 días se ha ido convirtiendo en una pesadilla.

DÍA 9: Me doy cuenta de que las plantas de mi madre están en un estado crítico. Hasta hoy no me había acordado de regarlas. Llevaba sin regar un tiesto desde que tenía… 9 o 10 años. Puede que me vuelva algo filosófico, pero ¿para qué sirve una plana? No te da cariño, no te aporta nada y sin embargo tienes que estar preocupándote de que no se muera. Sale más a cuenta comprar unas de plástico. El mayor problema del día me lo encuentro después de cocinar. El cacharro donde se deposita el aceite después de ser usada se ha llenado. Como no sé qué hacer con ese aceite lo dejo en la sartén, tal y como está. Decisión acertada.

DÍA 10: Empieza a darme asco comer siempre con los mismos cubiertos, platos y vasos y decido limpiarlos poniendo fin al modo “ahorro de energía”. Fregar es algo horroroso. No puedo comprender como en pleno siglo XXI, en una casa donde hay ADSL y televisores de Alta definición se siguen lavando los platos a mano y no tenemos lavavajillas. Horas después de fregar me derrumbo por primera vez, al décimo día. Después de haber estado 20 minutos fregando esos vasos y esos platos seguían estando sucios. Todo el esfuerzo y sacrificio había sido en vano. Y para colmo, tenía que volver a fregar las plantas.

DÍA 11: El perro concentraba toda mi atención. Era el único ser en la casa con quien podía comunicarme. Como premio por su fidelidad, estos días le he dado largos paseos y no me separaba de él en todo el día. He fracasado con la comida yéndome a comer a la casa de mi abuela, con la limpieza después del capítulo de los platos mal fregados, a la hora de comprar en un establecimiento donde trabajo… Con él no. El perro se ha ganado toda mi confianza y mi cariño y creo que he sido un buen dueño para él.

DÍA 12: Me levanto de una cama que no he hecho ni un solo día con una sonrisa en la boca, y es que esta dura etapa llega a su fin. Trabajo a marchas forzadas recogiendo del suelo las bolsas vacías de patatas fritas, envoltorios de chicles y caramelos, ropa limpia y sucia que he ido dejando por la casa… En apenas dos horas mi padre me llamará para que vaya a recogerlos y esta agonía que ha durado 12 días llegará a su fin. No creo que noten suciedad en la casa. Sería una grave puñalada a todo el trabajo que he llevado a cabo durante toda la tarde.

Hay chicos y chicas de mi edad que son capaces de vivir un año entero sin estar sus padres y sin que sean ayudados por una asistenta o los empleados de una residencia de estudiantes. No sé cómo lo hacen. Tengo claro que yo no podría. Ojalá nunca tenga que moverme de mi pueblo para encontrar trabajo porque no sería capaz de vivir sin mis padres más de 12 días. Tampoco entra en mis planes, ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo, irme a vivir con una posible pareja dentro de muchos años. Seguro que ella no lo haría tan bien como mi madre.

Te quiero, mamá.

jueves, 21 de julio de 2011

12 días viviendo sin mamá (Parte 2)

Como balance global de lo vivido los cinco anteriores me quedo con la sensación de que me he defendido demasiado bien, mucho mejor de lo que me esperaba. Las latas de judías, de lentejas, de cocido, etc. no están al nivel de las que puede hacer una madre, pero como sustituto temporal cumplen su papel a la perfección. Tampoco me imaginaba que el apartamento fuera a estar tan sumamente limpio. Quizá si no hubiera estado acompañado por tres amigos y ese apartamento hubiera sido mío la suciedad se habría apoderado de ese piso. Comprobaré a partir de ahora si viviendo completamente solo soy capaz de plantar cara de forma individual a los problemas de alguien que no vive en casa de sus padres.

DÍA 6: Hoy es el último día de la estancia en Cullera. Me levanto a las 12.30, cuando mis amigos ya están terminando de recoger sus cosas. Nadie me ha despertado. Mucho mejor. Van a quedar atrás esas noches en la playa,  no podré cotillear a los vecinos por el balcón y volveré a probar el agua después de casi una semana. Lo he pasado tan bien que da pena saber que hasta dentro de un año no volverá a repetirse esa situación. Llego a mi casa tras tres horas de viaje. Sólo me espera el perro. No es que nos tengamos demasiado cariño, pero nos necesitamos si los dos queremos salir adelante; como si se tratara de la relación que tienen Alberto Ruíz-Gallardón y Esperanza Aguirre. Es la hora de cenar. Me lleno de valentía y me hago la cena. Sartén, aceite, dos filetes rusos y patatas fritas. Salió bien, pero odio estar viendo y oliendo la comida y no poder comértela. El perro jamás vivirá con tal angustia.

DÍA 7: Me pongo el despertador a las 12.30. Tenía que hacer la compra e ir al banco. Era la primera vez que iba al banco y la chica de la Caja Rural que me atendió se dio cuenta rápidamente (por cierto, una chica muy maja y guapa). El delincuente que todos llevamos dentro salió de mí y me entraron ganas de meterme la mano bajo la camiseta fingiendo tener una pistola y decir que me dieran el dinero. Y es que allí había dinero, mucho dinero. Apenas a 100 metros, el Mercadona. Justo al entrar en la tienda me doy cuenta de que la he cagado: la lista de la compra se ha quedado en la mesa de la cocina. Se me olvidó comprar lo que quizá sea más importante: los conos de helado. Siempre he pensado que mi madre me engañaba cuando decía que se le había olvidado comprar bolsas de patatas fritas o helados. Creo que la debo pedir perdón por haberle acusado de no comprarlo a propósito. Llega la tarde y voy a ver a mi abuela. Me ofrece comer mañana en su casa. Acepto intentando no parecer un desesperado. No me tomaba como un fracaso de mi reto individualista el hecho de comer un día en la casa de mi abuela, simplemente como una salida a cenar al burger con los colegas, pero sin colegas y sin ir al burguer. Por la noche, por segundo día consecutivo me vuelve a salir bien la cena, sintiéndome el nieto de Arguiñano. Decido poner en marcha el método "ahorro" y utilizo los mismos cubiertos que había usado en la comida, algo que, salvo cambio de estrategia, será así en el resto de días.

DÍA 8: Me levanto a las 13.20. Justo para pegarme una ducha e ir a comer a la casa de mi abuela. Decido ir con el perro ; al fin y al cabo él también tiene derecho a comer algo cocinado por mi abuela. Notaba en su mirada que supo captar mi complicidad y que tenía la esperanza de poder comer parte de la comida hecha por mi abuela. Llamo al timbre de su casa. Mi abuela me abre y me recibe ella, sus dos perros y un olor a fabada celestial. Deberían sacar un perfume con esa sensacional fragancia. No hay palabras para describir lo que sentía cuando las cucharadas de fabada caían desde mi boca hasta el estómago. Parecía imposible que llevara sólo ocho días sin haber comido nada hecho de forma artesanal. Por fin consumo una comida que no había sido congelada sin ser bollos ni chucherías. Mi salud agradecerá haberme nutrido con algo natural. Termino de comer y mi abuela me ofrece comer allí mañana. Rechazo el ofrecimiento, pero dejo la puerta abierta a comer el décimo día. Ella me propone comer esos dos días y el resto de los días que no tengo a mi madre en casa. Es demasiado como para decir que no. Si lo hubiera rechazado me habría arrepentido más que los tíos que seleccionaron a los concursantes en la última edición de OT. Con esto empezaba a consumarse mi fracaso, he de admitirlo. No hacerme la comida es un golpe muy duro a mi supuesta independencia. Pero más duro es intentar hacerlo bien y que te salga mal. No hay más que ver las croquetas de esa misma noche. Unas croquetas que hice con toda la ilusión del mundo, pretendiendo que la cena estuviera al nivel de la fabada que me había preparado mi abuela. Sin embargo, lo que es imposible, se convirtió en posible. Las croquetas estaban quemadas por fuera y congeladas por dentro. ¿Cómo es posible? ¡No puede ser! Esa duda me sigue recorriendo el resto de la noche.

Crítica a Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (sin spoilers)


Hoy iba a ser un gran día. Lo reconozco, me he levantado con una dulce sonrisa en mi rostro matutino y, ¿para qué negarlo?, mezclando emoción, impaciencia y pizcas de nostalgia y tristeza, he recordado que hoy era el día: el día en el que todo acababa, en el que una de las mejores sagas de la literatura juvenil (por no decir la mejor y más carismática) llegaba a su fin, en lo referente a las adaptaciones cinematográficas.
Harry Potter ponía punto final a su aventura, aquélla que empezó por el 97 (la primera película se estrenó en el 2001) y que 14 años más tarde ponía el broche final a una de las historias más mágicas y maravillosas jamás narradas. Para una persona como yo, fiel seguidor del mago más famoso de todos los tiempos (muy por delante de Merlín o Rappel), hoy era un día muy especial, y los nervios y las altas expectativas sumían mi estado de ánimo.
Aunque, a decir verdad, nunca tuve una cierta esperanza de que me fuera a agradar esta película; ya había tenido que soportar en anteriores entregas (sobre todo a partir de la cuarta entrega) películas que no hacían sino insultar a una saga que se había ganado el corazón de millones de personas. Quizás el estúpido haya sido yo, por esperarme que, por una vez en mucho tiempo, fueran conscientes de que esto es algo muy grande y que, por lo menos por esta vez, tendrían que haber seguido el argumento exacto, debían haber respetado lo que una formidable escritora escribió y plasmó en páginas, que para muchos nos acompañarán en nuestros corazones para siempre.
Pero no.
Como era de esperar, el estilo se opuso a la sustancia.
Era de esperar que el señor David Yates, director del film, (y no único culpable de esta tomadura de pelo) prefiriera gastarse más dinero de la cuenta en usar más efectos especiales, hacer una batalla final más espectacular, más "entretenida", más comercial, a fin de cuentas, y pasarse por el forro de los cojones lo que en verdad ocurrió en las páginas de esa gran obra titulada Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, la cual ha tenido una adaptación cinematográfica cuanto menos vomitiva y repugnante.
Sí, vale, quizás me esté pasando;es muy difícil llevar un libro de casi 700 páginas a una simple película, pero, joder, no olvidemos que han hecho dos películas de un solo libro. Y, en realidad, ese no es problema, porque han tenido todo el tiempo del mundo para plasmar lo que en verdad pasó(en el libro o, mejor dicho, en la mente de la escritora), pero lo que más quema (me abrasa, sinceramente) es que se inventen cosas. Y no sé a santo de qué.
No me hubiera gustado estar junto a JK Rowling en el momento que contempló la película que cerraba el telón a la saga y al universo que había creado. Seguro que llovieron hostias de la mala leche que se le tuvo que poner.

Como podréis suponer por mi vocabulario y por la crueldad de mis palabras, es evidente que he salido muy mosqueado de la sala de cine. Esperaba que, al ser el gran final, tuvieran la vergüenza de ser fieles, de retratar en movimiento lo que ya muchos leímos con emoción, pero, tras ver esa ofensa de casi dos horas y media, lo único que he sentido es furia y ganas de insultar a su director y al resto de iluminados que hicieron esa basura.
Eso sí, desde otro punto de vista: si no has leído el libro, te va a resultar "chula". Nada más.

Dejando de lado mi gran cabreo, no voy a ser yo quien se quede con mal sabor de boca; es muchísimo más recomendable y más "sano" leerse los libros: siete pequeñas obras de arte que son y serán inmortales. Para siempre.

lunes, 18 de julio de 2011

12 días viviendo sin mamá (Parte 1)

Todos conocemos a alguien que vive lejos de sus padres. Se conocen popularmente como personas independizadas y trascurren sus días en unas duras condiciones. Sin nadie que les haga la comida, con unos cubiertos que no son lavados por otra persona que no sea ellos mismos, una ropa que tienen que lavar personalmente y con una nevera que se vacía a pasos agigantados sin que nadie la rellene. Unas condiciones infernales que he querido probar en primera persona.

Como no es lo mismo contarlo que vivirlo, voy a pasar 12 días viviendo sin mis padres. Vale, ya sé que en el programa de Cuatro son 21 días, pero eso ya era calentarse demasiao, ¿no?

DÍA 1: Son las 6.00 horas. Me despido de mis padres y de mi hermana. Comienza la andadura. No los volveré a ver hasta dentro de 12 días. Va acabando la jornada y no se hace nada duro. Me aburro sin mi hermana. El aspecto que más preocupa, la comida, ha cumplido las expectativas.

DÍA 2: Se me hace raro levantarme y que mi madre no me haya regañado por tener la habitación hecha un asco. Comienzo a darme cuenta de que hay mierda que brota esporádicamente en la superficie. Nadie ensucia el suelo, pero ese suelo, aparentemente limpio, atrapa suciedad cual Masterball atrapa un Pokémon legendario. El baño y la cocina son los dos territorios domésticos donde más se concentra la suciedad pese a ser los menos utilizados. No entiendo por qué.

DÍA 3: Apenas he dormido cinco horas pero me despierto solo. Quizá sea la costumbre de que mis padres me despierten a voces cuando pasan las 12 de la mañana. Lo que queda claro es que el cuerpo se ha acostumbrado a interrumpir el sueño a una determinada hora en caso de que el titular de dicha función, en este caso mi madre, no se encuentre en el mismo domicilio. Por tercer día no tengo a nadie a quien molestar y hacer perrerías. El papel de mi hermana no es sustituible por nadie. La comida y bebida se gastan muy rápido. Juraría que mi madre no hace diariamente la compra. Sin embargo, los casi 230€ gastados entre cuatro personas parecen más que insuficientes y es sólo el tercer día.

DÍA 4: Es sábado. Por el día, más de lo mismo. Comienzo a ahorrar esfuerzos. Bebo siempre del mismo vaso y consumo la comida, precocinada, claro, en el envase original con el fin de no ensuciar innecesariamente un plato. Es el tercer día consecutivo en el que no hago la cama. Y mi madre no me regaña. Es una nueva sensación con la que siempre había soñado. Sin embargo, se echa en falta una regañina. Al fin y al cabo es a lo que hemos estado acostumbrando. Aprendo una de las cosas más importantes de la vida: Con el cargador del teléfono móvil puedo cargar también el MP4. Haste el momento pensaba que sólo se podía hacer conectándolo al ordenador o una tele con entrada USB. Este día cae la más importante de las borracheras y nuestras amiguitas de Cullera y el grupo de borrachos cuarentañeros salvajes que aparecieron pueden dar fe de ello.

DÍA 5: Al llegar a casa nadie me había preguntado "¿cómo es que vienes tan tarde?" No sé cómo explicarlo, pero lo cierto es que intentar disimular a la familia llegar a casa con síntomas de embriaguez tiene su punto; algo similar a la de mantener relaciones sexuales en sitios púbicos públicos. Empiezo a preocuparme por la calidad de la comida que ingiero. En los cinco días lo único que había entrado cocinado a mi estómago era panceta. Considero la posibilidad de ir a comer a la casa de mi abuela a partir del día 7. Las fuerzas empiezan a decaer. Los tres días anteriores nos los pasamos bebiendo y saliendo hasta altas horas de la mañana. Toca una noche más tranquila.






sábado, 9 de julio de 2011

Querido policía del otro día

Querido policía del otro día:

Sí, lo sabemos. Sabemos que tenemos los cojones como balones de fútbol, y es quizás por eso que toda la sangre se reúne ahí abajo y no nos llega al cerebro. Si nos llegara algo de sangre al cerebro, éste funcionaría, y no nos colocaríamos a hacer algo ilegal a simple vista, en una carretera donde nos puedas ver, sin posibilidad de huir. Sabemos que fue un insulto a tu inteligencia.
Y digo "tu inteligencia", porque en esos momentos, los pocos que hablamos, lo hicimos de usted, tratándose de un policía de veintipocos años, pero comprende que estábamos tan acojonados que incluso nos volvimos tartamudos. Por eso ahora aprovecho, que estoy en mi casita tranquilamente y con un ventilador dándome de lleno, para hacer justicia y hablarte de tú, que es lo que te mereces.
Es lo que te mereces, porque no es normal que vengas con tu cara de borrachín a quitarnos la bebida. Si más botellones que tú no los hemos hecho entre los que estábamos presentes, golfo. Y encima te acercas a nosotros y nos dices que no podemos estar ahí haciendo eso. Tú tampoco deberías ir por la vida con esa cara y con esos dientes, pero nadie te dice nada porque pasaste un ridículo examen (cuyo temario es tan extenso como la página del teletexto de la programación de La 2) y a un iluminado se le ocurrió darte un porra y una pistola de perdigones.
Lo que hiciste estuvo mal. Tan mal, que creímos perder a un amigo para siempre. Vi en sus ojos un dolor indescriptible cuando rozaste sus botellas de alcohol. Gracias a Dios, y con ayuda de profesionales, se ha ido recuperando poco a poco. Eso sí, pídele al cielo que no te cruces con él de paisano, porque con su alcohol no se juega. Y si tú no olvidas las caras de la gente, él no olvidará la cara de aquél que "nos robó".
Aunque creas que me estoy pasando un poco, la verdad es que no escribo todo lo que debería escribirte. Y no escribo todo lo que pienso, porque en el fondo sé que no nos enviarás esa denuncia. O más te vale no hacerlo, que casi no tengo dinero ni para la bebida energética que me estaba bebiendo cuando decidiste aparecer.
¡Ah, eso! ¡Yo no estaba consumiendo alcohol!
Después de decirte esto, lo único que se te ocurrió decir es que no puedes estar probando u oliendo todas las bebidas... pero, ¡pedazo de perro, si no haces nada útil en toda la noche! Para algo de justicia que podrías hacer, va y dices que no puedes oler 2 míseros vasos.
Como se nota que no te gustaba estudiar, tío. Y te creerás que haces algo útil sentado de copiloto en un coche patrulla quitando la bebida a los jóvenes. Te quedas con nuestra bebida, luego te emborrachas con el cara-tonto de tu amigo y encima te pagan.
Lo tuyo fue suerte.

Bueno, ya voy terminando, amigo policía.
Quiero decirte, de todo corazón que, a pesar de que mis palabras suenen rencorosas, no te guardo ni una pizca de rencor por lo de aquella noche. Hiciste "tu trabajo" (a medias) y nos prometiste que no llegaría esa denuncia que oscilaría entre los 300 y los 1500€ (mi cara y la de mis amigos fue un poema cuando dijiste aquello). Confío en tu palabra.

Reciba un cordial saludo de sus amigos del otro pueblo cercano, aquellos que se quedaron sin beber para que tú te pillases un buen pedo más tarde.

jueves, 7 de julio de 2011

¿Qué es eso que llevas en la cabeza?

El otro día, ni me acuerdo a cuento de qué (en realidad sí me acuerdo, pero no sería buen chico si lo digo), me surgió una seria duda: ¿por qué a los cornudos, se les llama cornudos y por qué se les pone cuernos cuando su pareja le es infiel, y no alas, cola de lagartija o caparazón de tortuga?
La verdad es que muchas veces me sorprendo por mi propia ignorancia, porque en infinitas ocasiones decimos cosas, usamos palabras, frases hechas o, simplemente, escuchadas de otras personas, pero no tenemos la capacidad de pararnos a pensar y preguntarnos "¿por qué decimos esto?".
Pues bien, tras meses de investigación (4 minutos en Google), he descubierto por qué a los cornudos les colocamos cornamentas de ciervo imaginarias cuando los vemos por la calle: resulta ser que en la antigüedad, en los países nórdicos, los poblados contaban con jefes, personas a las cuales se respetaba sobre cualquier cosa, que guiaban al pueblo y que tenían más poder que ningún otro ser de ese pueblo (una especie de alcalde del pasado, pero quitando la corrupción de ahora, claro). Estos señores podían escoger a cualquier mujer del pueblo (casada o soltera, por supuesto) con total libertad, y tirársela despreocupadamente,sin ni siquiera preguntar a nadie.
Lo curioso, y lo que nos interesa debido a la cuestión que he propuesto, es que estos señores colocaban una cornamenta de ciervo en la puerta de la casa de la mujer a la que se tiraban, anunciando así al marido que su mujer estaba gozando de lo lindo con el jefe del pueblo.
Lo que pasaría ahora sería que el marido, tras ver la cornamenta en su casa, cogería una escopeta y mataría a la mujer y al jefe a tiros; lo que pasaba por entonces es que el marido sonreía orgulloso de que su mujer hubiera sido elegida por el jefe y mostraba a todo el pueblo los cuernos que habían colocado en su casa.
Vamos, que por poco montaba una fiesta el cornudo.

Ni falta hace decir que hoy en día las cosas han cambiado. Si nos toca, los cuernos los llevamos sobre la cabeza, no encima de la puerta de nuestra casa, y la mala hostia que nos entra al enterarnos es comparable a la de un toro...
Espera... veo esa explicación sobre los cuernos más coherente que la del jefe del pueblo...

En todo caso, lejos de ser una vergüenza o algo que ocultar (provoca mala hostia, lógico), los cuernos sólo sirven para advertirnos y no caer de nuevo en trampas del pasado. O nos los tomamos así, o matamos a alguien.

lunes, 4 de julio de 2011

No le digas a mamá que trabajo en la tele y lo hago tan mal

4 de julio de 2011. Primer lunes sin Tonterías las justas desde mayo del año pasado. Cuatro estrenaba el formato encargado de sustituir al programa de Florentino Fernández, que en agosto verá la luz en Neox con el nombre de Otra movida.

Los días y anteriores iba leyendo cómo iba a ser No le digas a mamá que trabajo en la tele y, la verdad, tenía miedo de que me gustara más que Tonterías las justas. Presentado por Goyo Jiménez, el Capitán Fanegas de La hora de José Mota, cuenta con grandes humoristas, como Dani Rovira, monologista que habíamos visto antes en El Club de la comedia y Éstas no son las noticias, y un par de chicas guapas.

Empieza el programa con una cabecera cuya sintonía estaba compuesta por el friki disminuido de Mario Vaquerizo. Una sintonía que no es típica de un programa de humor y cuya letra no se entiende, una letra que sobra, dicho sea de paso.

Aparece Paquirrín... y desaparece. Sólo vuelve a salir en el último minuto de programa. Y esto de aparecer y desaparecer se repite con los colaboradores, algo que hace que el espectador, además de estar aburrido, no se centre. Aquella pantomima más que un programa de humor parecía un zapping de programas de cotilleo de Telecinco en los que no sacaban partes graciosas, si no la trama en sí.

Risas enlatadas en los vídeos, risas exageradas en plató, 7 colaboradores para un programa que dura una hora, un contenido que lo venden como dirigido a los jóvenes pero que es propio para señoras de 60 años, naturalidad nula por un estricto seguimiento del guión, pocos y malos efectos de sonido y presencia musical... todo ello en un programa de actualidad en todo de humor que ni es en directo ni hace gracia.

¿Hacemos apuestas para ver si se sigue emitiendo en agosto?
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