jueves, 24 de noviembre de 2011

Gracias

Todavía sigue siendo un lugar imponente.
Cuando lo he visto de nuevo, con el suelo lleno de hojas marchitadas por el incierto otoño, me ha recorrido una sensación un tanto indescriptible. Quizás ha sido algo así como un deseo innato en mi interior de volver al pasado, de recordar ese portazo, cerrando la puerta del coche que me llevaba, y comenzar una jornada nueva llena de emociones y risas. Quizás ha sido sólo el hecho de que ver pasar el tiempo ya no resulta tan gratificante como lo era antes, que deseabas que finalizara el día cuanto antes, para salir de esas paredes que significaron un buen día tu hogar.
Hemos traspasado la puerta de toda la vida, aquella que tantos han sujetado con una mísera piedra para evitar que se cerrara, y hemos recorrido el corto paseo que la separa del interior del eterno edificio. Ya no permanece allí el conserje de toda la vida, cuyo traje y cuyos modales son ya patrimonio de la humanidad. Ni siquiera permanecen profesores tan carismáticos como aquellos que un día odiamos u amamos; todo dependía de nuestras notas, por supuesto.
Conversar con otro conserje hace devolverte por instantes a un retorno sin retorno, a un pasado con el cual sueñas despierto cuando antes despertabas soñando con dejarlo atrás y pasar la página hacia un nuevo mundo. Ver que hay personas que no se olvidan de ti nos dice dos cosas: la primera, que esa gente tiene una memoria increíble y, la segunda, que es un honor para mí permanecer en el recuerdo de esa gente que antes me cansaba de ver y ahora echo de menos.
Cruzarte con esos dos profesores que tantas horas han malgastado en hacerte aprender cosas que luego ni sirven ni las haces útiles en tu futuro. Pero, reconforta saber que, lejos de las aulas, de las horas agotadoras de suplicios hechos prosa, esas personas se acercan para saludarte y preguntarte cómo te va; maravillarme era la única opción.
Y luego están "ellos". El reguero de personillas que aparece por las escaleras una vez suena el glorioso timbre; esa masa uniforme a la cual yo un día pertenecí orgulloso y que ahora contemplo con media sonrisa, deseando que aprovechen sus años tan bien o mejor que lo hice yo.

A ese espectacular lugar, a sus conserjes, a sus secretarias, a sus profesores, a sus alumnos, a los que me han acompañado a lo largo de mi historia entre esas históricas paredes, a los que conocí gracias al encanto y la magia de aquel monumento hecho instituto de secundaria, al fin y al cabo, a toda aquella persona que haya estado vinculada, hasta el último albañil que depositó el último ladrillo del último recodo de ese instituto, sólo les debo una palabra: gracias.

3 comentarios:

  1. Jo, es como mi cole... con las ganas que tienes de salir de allí y, una vez estás fuera, lo que añoras volver a estar dentro... muchos recuerdos :)

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  2. Me ha emocionado, que prosa que sentimiento, he de decir que según lo ibas describiendo se me han llenado los ojos de lagrimas y me has vuelto a recordar ese gran lugar. Gracias.

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  3. Me alegra mucho que os haya gustado.
    Gracias por leerme =).

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