No hay nada que me relaje más que escuchar música viajando en autocar. Junto a la ventana, en la parte de atrás, con el asiento tumbado, pies sobre la plataforma, brazo sobre el soporte de la ventana y cinturón de seguridad. Nada hacía pensar que el viaje iba a ser una tortura.
Con la posibilidad de elegir en qué autobús voy, en la estación me inclino por el modelo más antiguo de los dos coches, el que más acostumbrado estoy a viajar. Sube una familia compuesta por un padre, una madre, un niño de unos cinco años y otro de aproximadamente uno y medio. Se sientan al otro lado del pasillo, paralelo a mí. Mala señal.
El padre y la madre, juntos; el pequeño, sobre la madre, y el grande... el grande sentado solo y gritando porque la madre no quería ponerse junto a él en el asiento de atrás. Prefería dejarle solo, sin cuidarlo. Más tarde sabría por qué. Según pasaba el tiempo el volumen de voz de estos seres sin civilizar aumentaba. Al igual que aumentaba mi sorpresa al ver el comportamiento de retrasado mental del padre de familia. Este individuo se dedicaba a pegar cogotazos en la cara y en la cabeza a sus dos hijos para hacerlos de rabiar, haciéndolos incluso llorar. La madre, a la que se le veían las tetas casi enteras porque el pequeño de sus hijos le tiraba de la camiseta, regañaba y pegaba a su pareja para que cesara su actividad de subnormal. Mis miradas desafiantes, toses abultadas e interjecciones no eran recibidas por el receptor y tampoco las regañinas de su esposa/novia, y el muy payaso seguía con sus actos dignos de niño de 3 años.
Por si el personaje con hijos no hubiera quedado en evidencia suficientemente, el autobús frena cuando él está en cuclillas sobre el asiento y de espaldas al respaldo. El homínido cae al suelo aparatosamente para el escarnio de los demás pasajeros. Hubiera sido justo que en la caída hubiera sufrido algún tipo de lesión, pero por desgracia este mundo de justo tiene poco. Al igual que los perros más tontos, no aprende de sus errores. El muy imbécil arrebata el bebé a la madre y lo coloca sobre el reposacabezas del asiento y con la cabeza hacia la parte de atrás, mirando al suelo. Por suerte para el pequeño, la madre, algo más responsable que el desprecio de padre, vuelve a coger a la criatura antes de producirse un posible accidente. Y a todo esto, lo únicos que conseguían mis miradas con la peor de las caras de mala hostia que era capaz de poner era que el parásito humano borrara esa sonrisa de gilipollas que tenía al hacer el tonto y se callara la boca durante no más de 10 segundos.
Por suerte, esa especie de familia Simpson sin gracia alguna abandona el autocar en Perales. 10 minutos de descanso para disfrutar de la música de Melendi sin perturbaciones.
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