El pasado viernes vi una imagen sobrecogedora. En el kilómetro 17 de la carretera A-3, a la altura de Rivas Vaciamadrid, un camión había tenido un aparatoso accidente. El tráiler se había llevado consigo la verja que separa la autovía del campo y la valla que separa las vías del Metro del campo. La bañera del camión estaba totalmente bocaarriba seriamente dañada y la cabina, que se había separado de la parte trasera, tenía la parte del acompañante completamente destrozada.
Según me contaron varias personas, el conductor del tráiler tan solo resultó herido leve pese a lo aparatoso del accidente. Por suerte para él, cuando se recupere física y psicológicamente, podrá volver a conducir otro camión o su coche particular, pero seguro que lo hará desde una perspectiva distinta y de una forma mucho más cuidadosa.
Es triste pensar que es necesario llevarse un susto de tal envergadura para pararnos un momento a considerar las posibles consecuencias de una conducción, por llamarlo de algún modo, agresiva. Muchas veces no somos conscientes del peligro que conlleva ponerse al volante de un automóvil, confiamos en nosotros mismos sin tener en cuenta muchos factores que pueden ser fatales. Y es que no es lo mismo reventar un neumático a 120km/h que a 150; en una carretera secundaria siempre se reaccionará mejor ante la invasión de la calzada por parte de un animal a 90km/h que a 110; una noche de fiesta nos podemos cruzar con un conductor ebrio que nos arruine la alegría y cuanto más despacio vayamos más margen de reacción tendremos.
Los que habéis llegado a leer esto habéis pensado muy probablemente cosas como "este tío parece mi padre" o "vaya un sermón que nos ha soltao". Yo mismo me recuerdo a mi padre en esta entrada, y me acuerdo de todas las veces que me ha dicho todas las cosas que ve a diario desde su camión. Igual la DGT sí que tiene como uno de sus objetivos recaudar dinero para el Estado, pero por mucho dinero que recaude no será nunca lo suficiente como para hacer que el número de accidentes de tráfico se aproxime a cero.
Cierro estas líneas usando una frase que más de una vez me ha dicho mi padre y que nunca me había gustado, hasta el momento en el que decidí involuntariamente analizar sus sermones: "Más vale perder un minuto en la vida que la vida en un minuto".
No hay comentarios:
Publicar un comentario